1001 PELICULAS QUE HAY QUE VER ANTES DE MORIR

Hay números que tienen magia, un imán indudable. Y 1001 es uno de ellos, con una tradición ya a sus espaldas, de las 1001 noches a una odisea en el espacio ya en el 2001. Aprovechando el efecto hechicero de la cifra, Grijalbo ha ido lanzando con los años una serie de libros-enciclopedia de ayuda al lector en campos como la música, meditación y símbolos.

El primero de ellos fue el que nos ocupa. Y nació con la finalidad de acercar al público no experto un listado de películas que se pretenden imprescindibles en la historia del séptimo arte. Grijalbo nos ofrece desde marzo una quinta reedición.

Ya en 1942, el polémico y premiado Thornton Wilder recomendó en La piel de nuestros dientes que «hay que ir al cine». Si en esa historia revisora de la humanidad se proponía el cine como género donde vivir lo concreto del día a día, lo que aquí se propone es aprovechar esa divisa hasta el máximo y, en palabras del coordinador de la obra, no solamente informar o aconsejar sino sobre todo motivar; es decir, «convertir a sus curiosos lectores en ardientes espectadores, y llamar la atención sobre el hecho de que la vida es breve, y la lista de películas que vale la pena ver se ha hecho muy larga».

Esto significa, evidentemente, que no hay que buscarle tres pies a gato, y que el volumen, más que una revisión experta o crítica de cine, se pretende como intento de abarcar y homenajear toda la historia del medio.

Es por ello que el criterio de ordenación de las películas seleccionadas es meramente temporal (el estreno oficial), y las fichas contienen una información útil y previsible para cualquier ficha técnica o artística. Pero no se incluye criterio de valoración alguno que ayude a la hora de escoger entre las 1001 propuestas contenidas.

No hay opción: el lector tendrá que ir directamente a su preferencia o leer las críticas del libro. Tendrá como ayuda una serie de índices sobre géneros, directores y películas para buscar de un modo ágil y rápido. El fallo de estos índices es que no se encuentran cruzados, de modo que es difícil hacerse una idea básica de las películas y géneros de un director.

No nos dejemos llevar por la flauta de Hamelín, por ese título embaucador y publicitario, por el talismán de su número. Si nos lo creyésemos, si siguiésemos el título como un credo, y pensásemos que pretende aconsejar sobre las películas de «visión obligada» (como afirma), tropezaríamos con lagunas en determinados momentos (sólo hay una única concesión a la Pixar, por ejemplo) y con estereotipos en otros (en cine español únicamente aparecen Buñuel y Almodóvar). En este sentido, el libro confiesa que su voluntad es «incluir un poco de todo», de modo que resulta que la variedad se impone al verdadero valor fílmico.

La misma naturaleza del libro tiene intrínseca como dificultad la comparativa de criterios, géneros, momentos y técnicas, etc. Hay que mirar el libro, pues, como lo que es: un libro útil y de fácil manejo dirigido a un público amplio y general, no experto, pero con interés por el cine, y que presenta una muy buena edición, con un buen índice de colaboradores que va desde críticos hasta profesores de cine de universidades inglesas y americanas. Pasen y véanlo, porque la edición se lo vale.